sábado, 5 de diciembre de 2009

CÓDICES MEDIEVALES




"Claustrum sine armario claustrumsine armenterio"(Un claustro sin biblioteca es como un campamento sin armas)

Llamamos códice a un libro, generalmente de pergamino, escrito a mano. Fueron escritos entre los años 900 y 1.500, donde el arte de imprimir a mano se moderniza gracias a la imprenta ideada por Juan de Gutemberg.

Acercarse a un códice es alejarse en el tiempo a un monasterio o corte erudita del medievo. Un monje benevolente y con aire de recogimiento nos guiará a un salón iluminado por amplios ventanales.Encontraremos una chimenea donde crepitan las leñas de roble y encina. Veremos pupitres y frente a uno más elevado oiremos la lectura lenta y clara de un monje, en torno a un silencio laborioso.

A los que escriben se les conoce como amanuenses, copistas, escribas o pendolistas por tener a ésta (pluma) como herramienta de trabajo. Para cuando llega a ellos, el pergamino ha recorrido un camino previo. Un monje mayordomo escogió las mejores pieles de cordero o ternera (vitela), que una vez lavadas en agua con cal, raspadas con una raedera y piedra pómez eran puestas a secar.

Estas pieles, ya pergaminos, eran trasladadas al cortador para que les diera el tamaño correspondiente. Generalmente cada pieza se doblaba por la mitad y se prensaba, sacándose dos hojas, que son cuatro páginas. El cuaderno (quaternio)lo constituía la suma de hojas. No siempre se procedía al doblado; dependía del tamaño del libro. Los que presidían el coro sobre el gran facistol eran de una pieza.

Para entonces los monjes ya tenían en la cabeza la disposición de la obra. Con compases y reglas marcaban los espacios destinados a las columnas, orlas, iniciales, frisos, adornos... Los escribas procedían a transcribir los textos por copia directa o mediante dictado. Los miniaturistas -espíritus inquietos de desbordante imaginación-, daban forma a los dibujos que posteriormente los iluminadores se encargaban de colorear. En monasterios poderosos y sólo para códices especiales, existía el crisógrafo para dibujar en letras de oro. Por último el encuadernador cosía los cuadernos con tiras de cuero o nervios de animales; para terminar forrando las tapas de madera y fortaleciendo la obra con clavos,cantoneras y cierres metálicos realizados por el herrero.

La terminación de un códice se festejaba con bebidas y refrigerios. En ese ir y venir de los monjes a calentar las tintas o sus propias manos, en ocasiones surgía un genio que daba esplendor y fama a monasterio.

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